sábado, 11 de enero de 2014

Una estructura, la vida.


 El ser humano está colmado se sentimientos e inseguridades.

Seres querido han marchado, siguiendo su camino, conociendo nuevas amistades, viviendo lejos de donde solíamos reír, ...

Es una pena que uno se haga mayor, ¡Y ni siquiera soy mayor!

Veo como los meses pasan, y agradezco a las personas que se han mantenido ahí, que aunque el contacto no es el mismo de un día a día, se han preocupado en conservar aquellas risas y alegrías de tiempos antiguos.

La verdad es que en la gran estructura que es la vida de una persona, hay diversos pilares que sustentan el peso de tal construcción.

Hoy si escribo aquí, es para hablar metafóricamente de ti. Porque te necesito en los momentos que siento miedo, y porque adoro escribir sobre ti. 

Si vosotros la viesis.
Un pilar tan hermoso que ningún tacto es tan agradable como el de su fina y resistente columna.

Con el tiempo te has situado en el medio de todos aquellos pilares que aguantan con fuerza la gran estructura de mi vida, eres difícil de derrocar y por ello has conseguido ser un pilar que aguantan diluvios y tempestas.


 Al ver a gente querida marchar, siento que algunos pilares se derrumban, y siento miedo por que caiga la estructura sobre mi. Pero principalmente, miro fijamente deseando que el pilar que más me ha costado conservar y construir no se venga abajo con el resto. 

Sin ese pilar la estructura se viene abajo, sin duda alguna.

Los diluvios me asustan,
La estructura se tambalea, 
Con todas mis fuerzas me aferro a ese pilar.






No se a donde me llevará a mi la vida, espero que no sea lejos, espero que los demás pilares que han aguantado no se vengan abajo, espero poder saber que ese pilar va a protegerme de los diluvios que quedan por pasar.

No se de que otra manera puedo expresar mi alegría por sostener esta estructura durante estos 23 meses.
 
Prefiero escribir, y que mis palabras y metáforas sin sentido consigan 
hacerte entender que eres algo muy preciado para mi.
 
Mis locuras no son locuras sin ti, querida.



Aunque suenan relámpagos, y los truenos rugen con fuerza, tus palabras siempre calman la tempesta:









Salgamos a comernos el mundo.